sábado, 6 de marzo de 2010

Luces del alba

La Oruga y Alicia se miraron un rato en silencio. Al fin, la Oruga se quitó el narguile de la boca y se dirigió a Alicia con voz lánguida y soñolienta.

- ¿Quién eres tú?

No era ésta una pregunta alentadora para iniciar una conversación. Alicia, un poco intimidada, contestó:

- -Pues yo… yo, ahora mismo, señora, ni lo sé… Sí sé quién era cuando esta mañana me levanté, pero he debido de cambiar varias veces desde entonces.

-¿Qué quiere decir eso? –dijo severamente la Oruga-. ¡Explícate!

- Me temo no poder, señora –dijo Alicia-, porque como ve, ya no soy yo.

-No veo –dijo la Oruga.

-Temo no poder exponerlo con mayor claridad –replicó muy cortés Alicia- porque, para empezar, ni yo mismo lo comprendo; y el cambiar tantas veces de tamaño en un solo día es muy desconcertante…

- No lo es –dijo la Oruga.

-Bueno, tal vez aún no lo sea para usted –dijo Alicia-, pero ya verá el día en que se vuelva crisálida… y luego con el tiempo mariposa… Entonces supongo que todo lo verá un poco raro ¿no?

-Ni pizca –dijo la Oruga.

- Bueno, quizá vea usted las cosas a su manera –dijo Alicia-: lo que sí puedo decir es que a mí me resulta muy raro.

-¡A ti! –dijo la Oruga con desdén-¿Y quién eres tú?

Lo cual las devolvió al comienzo de la conversación. Alicia se sentía un poco irritada ante el laconismo tajante de la Oruga y, poniéndose muy tiesa, le dijo con toda gravedad:

-Creo que debiera decirme quién es usted, lo primero.

-¿Por qué?

He ahí otra pregunta desconcertante, y como Alicia no podía hallar ninguna buena razón, y la Oruga parecía estar de muy mal humor, dio media vuelta.

Alicia en el País de las Maravillas: El consejo de una Oruga - Lewis Carroll

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