Existe una jaula minúscula aquí, dentro de todos nosotros. A
veces toma forma de ceño fruncido, de latido descompensado. A veces da hambre y
otras la quita. A veces aparece y se hace con todo lo que tiene alrededor. Es
siempre un ruido, un ruido molesto, amenazador, violento, agresivo,
absolutamente desapacible, merecedor de todos los odios. Es un ruido que no es
cosa.
Existe aquí dentro un lugar del que uno no puede escapar ni
aunque quiera, porque pertenece al cuerpo como el aire al viento o la sabia a
los troncos de los árboles más antiguos. Existe al mismo tiempo dentro de esa
jaula un miedo atronador a no saber abrirla, a no dejar que la brisa entre allí
donde no se la niega, allí donde se encuentra.
Sólo al final de todos los vientos y al final de todos los
árboles aprende uno a abrirla, y es entonces cuando la jaula deja de existir
(porque la jaula abierta es una casa) y ese miedo que está dentro se convierte
en otra cosa: libertad. En ese momento, el ruido se ausenta y sólo existe
silencio, allí donde no se le niega, allí donde se encuentra.
Elvira Sastre – Aquella nuestra orilla
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